De noche, Nené se sentaba al piano, ponía el vaso de wishky al lado, y en la boca, un cigarrillo largo. Alisaba su falda y se sentaba en el taburete. Como una diosa se sentaba: erguida la espalda, el mentón altivo y los ojos cerrados. Tomaba aire como entrando en trance y desgajaba entre sus dedos las más desgarradas melodías. Toda la casa se poblaba con su música, y era una dulzura tan penosa la que se desprendía de sus manos, era una tristeza tan palpable, tan intensa, que se nos metía por la piel y se nos iba trenzando con la sangre. Eran tan perfectas esas noches, tan bellamente oscuras y malditas, que no concibo la felicidad de otra forma que no sea con un trasfondo de pena insoslayable y las notas de un piano descifrando lo imposible.

Sólo las madres mienten así. ¿Quién me va a querer tanto como para mentirme así? ¿Quién? Sólo una madre lo haría, y yo, que tuve dos, no tuve ninguna madre, ninguna que me mintiera con esa impunidad que tienen los seres que nos aman. Porque hablo de la mentira genial, de la mentira que salva, de esa. Porque hay verdades que no es necesario saberlas. Y hay mentiras., hay mentiras que sólo quien nos ama demasiado nos las puede decir.

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